El aumento de la cantidad de hechos delictivos, la cada vez mayor carga de violencia que se verifica en los mismos y los menores involucrados en asesinatos y asaltos a mano armada mantiene al tope de la agenda de discusión social el tema de la inseguridad.
Existe una corriente de opinión que carga la mayor responsabilidad en la lucha contra el delito en la Justicia.
Esto sucede, en buena medida y en mi opinión, por la extendida creencia de que las penas impuestas por el sistema judicial tienen un valor eminentemente ejemplificador.
Es habitual escuchar, especialmente de aquellos que estudiaron Derecho, que penas más "duras" no hacen declinar la cantidad de delitos.
Cuando se discute la pena de muerte, es un lugar común el argumento de que las estadísticas en donde se impone, indican que el tipo de delito castigado no declina.
En lo personal, creo que este énfasis genera la idea de que la Justicia es una herramienta para "combatir" el delito, o, para decirlo en otros términos, es el instrumento que debe lograr que la cantidad de delitos en la sociedad disminuya a partir de ese rol de "ejemplo" que se enfatiza en el sentido de las penas.
Eso es un error.
El sistema judicial actúa cuando el delito ya fue cometido.
Su fin primordial debe ser el de reparar el daño causado. Establecer un castigo que guarde una relación de ecuanimidad entre el daño que se provocó y la pena que se imponga.
Esa pena no está destinada a que "otros" no cometan el mismo delito.
Esa pena está destinada a dar un castigo justo por el delito "ya" cometido.
No es la Justicia entonces, el principal instrumento que tiene la sociedad para atenuar los hechos delictivos.
El delito, en términos genéricos, amerita una política integral que tenga que ver con la educación, con la inclusión social y con una cultura donde se valorice el trabajo, el esfuerzo y el progreso obtenido con buenas artes.
Por eso comparto el clamor popular de penas que guarden una proporción equitativa respecto del daño que causa el delito.
No me resulta justo que un asesino esté en la calle a los 8 o 10 años de haber cegado una vida.
No me parece justo que una violación seguida de muerte de una menor admita que a los 15 ó18 años el autor esté libre.
No me parece justo que un adolescente de 14 años, con pleno uso de sus facultados, con total conciencia de lo que está bien y lo que está mal, mate a alguien y ni siquiera cumpla una condena, o esté libre a los 3 ó4 años.
Creo en dar la posibilidad de resocialización, pero cumpliendo penas más acordes con el daño causado.
No creo que este "endurecimiento" de los castigos genere menor cantidad de delitos.
Sí creo que el delito ya cometido va a ser penado con mayor justicia.
También reitero mi convicción de que en la prevención de los delitos poco y nada tiene para hacer el sistema judicial.
Por eso, centrar la discusión del tema de la inseguridad en la Justicia no nos llevará a conclusiones realistas respecto del problema.
Es cierto que va a haber menos delitos cuando exista más trabajo -y mejor pago-, cuando la educación llegue a todos con nuevos métodos, cuando la brecha entre ricos y pobres se achique, cuando la inclusión social sea una realidad.
Mientras tanto y aún después de que estos objetivos se logren, los que delinquen deben recibir la condena que se merecen, cumplirla íntegramente y participar de un proceso de resocialización realista y efectivo.
Una buena tertulia, ya sin mucho café a esta altura, es uno de los placeres de la vida. La propuesta es simple: pensar, escribir, discutir, filosofar y disfrutar del vuelo que nos pueden dar las palabras.
martes, 28 de abril de 2009
domingo, 19 de abril de 2009
SOLO, LUIS JUEZ VA POR EL TODO O LA NADA

Cuando decidió pegar el portazo y apartarse del gobierno de José Manuel de la Sota y de la estructura del peronismo cordobés, Luis Juez comenzó a transitar un camino con diferentes etapas de construcción política.
En 2003 armó una propuesta política para conquistar el intendencia de la capital provincial.
Juntó algunos amigos peronistas desencantados con el gobernador.
Con su discurso "honestista" convocó a sectores de izquierda y logró la simpatía del kirchnerismo que siempre miró de reojo al delasotismo.
Aprovechó la debacle radical para reunir a varios "correligionarios", entre ellos el hoy odiado Daniel Giacomino.
Revistió toda esa melange con algunos personajes "famosos" como el hoy vice gobernador, Pichi Campana.
Ganó.
Desde el primer día en la intendencia empezó a mirar la Casa de las Tejas y todos sus pasos tuvieron la impronta de conquistarla también.
Dejando algunos jirones en el camino como el de Campana, llegó a setiembre de 2007 y "arañó" su objetivo. Pagó caro precio a una construcción basada casi exclusivamente en su inserción capitalina y perdió por mucho en el interior.
El kirchnerismo comenzó a ser una carga para transitar el "desierto". Sabía que la única manera de mantenerse vigente era desde la oposición. Algunas excusas bastaron para transformarse en el más antikirchnerista de todos, a lo que unió sus críticas sin piedad al gobernador Schiaretti.
Giacomino no siguió el mismo camino. Necesitaba gobernar y no quiso hacerlo con las puertas del poder cerradas.
Ese fue el principio del fin de una relación de amigos-hermanos-compañeros-correligionarios. Las acusaciones cruzadas quedaron ahí, a la vuelta de la esquina.
Para el 28 de junio imaginó primero una alianza con el radicalismo para darle una paliza a sus dos "enemigos políticos".
La UCR cordobesa, un poco por sus relaciones "non sanctas" con el gobierno nacional, otro poco por los compromisos de sus intendentes con el gobierno provincial y también por una dosis de esperanza que anida en los corazones de sus dirigentes de reflotar un partido que supo de victorias en la provincia, terminó dándole un "no" rotundo.
En todo el proceso sumó y restó.
Restó dirigentes que, uno a uno, se fueron buscando nuevos destinos.
Sumó popularidad y conocimiento del electorado en términos personales.
El 28 de junio lo encuentra más solo que en 2003 y 2007 pero, paradójicamente, con las mejores chances de ganar la elección.
Ya no será un "paseo".
Los radicales le van a restar votos en la Capital. En el interior va a ser puesta a prueba la estructura que intentó armar en estos dos años.
Necesita militancia y control en cada pueblo de la provincia. No se sabe si lo tendrá.
El peronismo, con Mondino, le va a disputar el discurso de la honestidad y la crítica al poder central adenás de poner a funcionar su poderoso aparato, asentado en el gobierno provincial y más de un centenar de intendencias.
La izquierda casi no lo apoya -aunque eso en Córdoba no es grave-.
Juez está casi solo en esta encrucijada electoral.
Si pierde, su paso por la política local se irá apagando al ritmo de la pérdida de interés mediático que una derrota le generará.
Ahora, si gana, estará en una inmejorable posición para encarar el gran objetivo de sentarse en el principal sillón de la Casa de las Tejas.
Tendrá pocoS compromisos. Podrá negociar alianzas desde una posición más ventajosa y tendrá dos años para lucir sus críticas mordaces en el principal escenario de su proceso de construcción política y electoral: los medios.
En 2003 armó una propuesta política para conquistar el intendencia de la capital provincial.
Juntó algunos amigos peronistas desencantados con el gobernador.
Con su discurso "honestista" convocó a sectores de izquierda y logró la simpatía del kirchnerismo que siempre miró de reojo al delasotismo.
Aprovechó la debacle radical para reunir a varios "correligionarios", entre ellos el hoy odiado Daniel Giacomino.
Revistió toda esa melange con algunos personajes "famosos" como el hoy vice gobernador, Pichi Campana.
Ganó.
Desde el primer día en la intendencia empezó a mirar la Casa de las Tejas y todos sus pasos tuvieron la impronta de conquistarla también.
Dejando algunos jirones en el camino como el de Campana, llegó a setiembre de 2007 y "arañó" su objetivo. Pagó caro precio a una construcción basada casi exclusivamente en su inserción capitalina y perdió por mucho en el interior.
El kirchnerismo comenzó a ser una carga para transitar el "desierto". Sabía que la única manera de mantenerse vigente era desde la oposición. Algunas excusas bastaron para transformarse en el más antikirchnerista de todos, a lo que unió sus críticas sin piedad al gobernador Schiaretti.
Giacomino no siguió el mismo camino. Necesitaba gobernar y no quiso hacerlo con las puertas del poder cerradas.
Ese fue el principio del fin de una relación de amigos-hermanos-compañeros-correligionarios. Las acusaciones cruzadas quedaron ahí, a la vuelta de la esquina.
Para el 28 de junio imaginó primero una alianza con el radicalismo para darle una paliza a sus dos "enemigos políticos".
La UCR cordobesa, un poco por sus relaciones "non sanctas" con el gobierno nacional, otro poco por los compromisos de sus intendentes con el gobierno provincial y también por una dosis de esperanza que anida en los corazones de sus dirigentes de reflotar un partido que supo de victorias en la provincia, terminó dándole un "no" rotundo.
En todo el proceso sumó y restó.
Restó dirigentes que, uno a uno, se fueron buscando nuevos destinos.
Sumó popularidad y conocimiento del electorado en términos personales.
El 28 de junio lo encuentra más solo que en 2003 y 2007 pero, paradójicamente, con las mejores chances de ganar la elección.
Ya no será un "paseo".
Los radicales le van a restar votos en la Capital. En el interior va a ser puesta a prueba la estructura que intentó armar en estos dos años.
Necesita militancia y control en cada pueblo de la provincia. No se sabe si lo tendrá.
El peronismo, con Mondino, le va a disputar el discurso de la honestidad y la crítica al poder central adenás de poner a funcionar su poderoso aparato, asentado en el gobierno provincial y más de un centenar de intendencias.
La izquierda casi no lo apoya -aunque eso en Córdoba no es grave-.
Juez está casi solo en esta encrucijada electoral.
Si pierde, su paso por la política local se irá apagando al ritmo de la pérdida de interés mediático que una derrota le generará.
Ahora, si gana, estará en una inmejorable posición para encarar el gran objetivo de sentarse en el principal sillón de la Casa de las Tejas.
Tendrá pocoS compromisos. Podrá negociar alianzas desde una posición más ventajosa y tendrá dos años para lucir sus críticas mordaces en el principal escenario de su proceso de construcción política y electoral: los medios.
domingo, 12 de abril de 2009
JUAN SCHIARETTI, EL EQUILIBRISTA

La vida política puso a Juan Schiaretti, una y otra vez, ante la necesidad de realizar delicados equilibrios.
Hizo equilibrio para manejarse con De la Sota cuando éste tenía la suma del poder en Córdoba y logró ser, además de ministro, vice gobernador y luego gobernador conservando un cierto perfil de independencia.
Hizo equilibrio para sostener un ajustadísimo triunfo frente a Luís Juez y que el mismo resultara convalidado por la Justicia y luego, comenzar a construir poder casi desde la nada a través de la Administración Provincial.
Volvió a realizar un delicado equilibrio cuando definió su postura a favor del campo en el conflicto que se inició el 11 de marzo de 2008 -y que todavía no tuvo su capítulo final- sin romper el vínculo institucional con los Kirchner al que está obligado por la situación de dependencia económica que viven, tanto Córdoba como el resto de las provincias, respecto del gobierno nacional.
Ahora, la elección del 28 de junio, lo pone frente al mayor desafío para sus dotes “circenses”.
Si arma una lista que pueda ser tildada de kirchnerista, se “compra” el 75% de rechazo que tiene el matrimonio presidencial en la provincia, además de partir el frente interno con el delasotismo.
Si arma una lista con sus hombres de mayor confianza, los más ligados al gobierno provincial, corre el riesgo de que la nacionalización finalmente se lleve puesta la intención de provincializar la discusión, pierda la elección y quede muy afectado políticamente su gobierno.
Si arma una lista directamente “antikirchnerista”, pone en riesgo su relación institucional con el poder central y, a pesar de la coparticipación de parte de las retenciones a la soja, Córdoba necesita fondos frescos provenientes de la Capital Federal y que se deciden arbitrariamente en la Casa Rosada.
Su instinto equilibrista lo llevó a elegir para la candidatura a Senador Nacional a Eduardo Mondino, un hombre que, desde un cargo nacional, tuvo encontronazos con los Kirchner y no participó del gobierno provincial -con lo cual, de perder, puede “esquivar” un poco el golpe a su gestión-.
Mondino además, por su actuación en al Defensoría del Pueblo, puede “competir” con el discurso “honestista” de Luís Juez y tratar de sacarle algunos votos de esa canasta. No es tarea fácil.
Para que dé resultado su estrategia necesita alinear y poner a trabajar sin cortapisas a toda la estructura peronista de Córdoba. Es decir a la tropa propia, a los intendentes, al delasotismo y a Olga Riutort en la capital provincial. No es tarea fácil.
Además, debe lograr que la Casa Rosada “entienda” que su estrategia es la mejor para participar con posibilidades de la elección y que se conformen con poner algún kirchnerista tibio en lugares secundarios a las listas. No es tarea fácil.
Juan Schiaretti, el que habiendo sido funcionario de Menem, logró mantener y acrecentar su poder territorial; el que estuvo con De la Sota sin ser fagocitado, el que logró una relación con los Kirchner en la que obtuvo beneficios, sin pasar a formar parte de la corte del matrimonio patagónico; está ahora frente a la cuerda más alta y más larga que debe sortear. No tiene red, solo puede valerse de su, hasta ahora, infalible sentido del equilibrio.
sábado, 4 de abril de 2009
ALFONSIN Y YO

Ingresé a la vida política en 1982, tras la derrota de Malvinas y la consencuente convocatoria a elecciones nacionales.
Alfonsín me propinó la primera -no la última- derrota electoral. Creía -equivocadamente- que el peronismo ganaba en todo el país y todos los niveles. Monchamp en Devoto, Cornaglia en San Francisco, Angeloz en Córdoba y Alfonsín en la nación me demostraron que querer no es poder.
Con Alfonsín siempre tuve una relación ambigua, en general estuve de acuerdo con él en las decisiones que más le criticaron.
Lo vi personalmente en un par de oportunidades, la última en 1996, creo que no volvió a San Francisco después de esa oportunidad, si mal no recuerdo. Me daba la impresión de ser un hombre bueno, demasiado para manejarse en el difícil mundo de la política.
Estuve de acuerdo con el juicio a las Juntas y con su decisión sobre el Beagle.
Sus leyes de obediencia debida y punto final me parecen comprensibles. Es fácil criticarlas ahora que el Ejército -gracias a Menem- desapareció totalmente como factor de poder político, pero en ese momento eran una amenaza real para la democracia y buscó un equilibrio entre la condena a los principales responsables y lo que él consideró necesario para mantener el sistema y la paz social. Lo comprendí y lo apoyé.
En materia económica creyó, como muchos radicales, que la voluntad política podía torcer los duros designios de las leyes económicas. Se equivocó y eso le costó el gobierno, el poder y la salida anticipada de su presidencia.
El Pacto de Olivos, tan vituperado por propios y extraños es, en mi opinión, su máximo ejemplo de convicciones democráticas.
Alfonsín creía que la democracia se construía con consensos. Para alcanzarlos había que negociar y para acordar, había que ceder algunas posiciones.
Le otorgó a Menem la reelección, pero logró acortar el mandato presidencial de seis a cuatro años, que el consideraba un plazo excesivo sin una ratificación intermedia. Había padecido los últimos dos años de su gobierno ya sin poder después de la derrota electoral de 1997. Sabía de lo que hablaba.
Incorporó el Consejo de la Magistratura para lograr un método menos arbitrario en el nombramiento de jueces e hizo cambiar el sistema de elección indirecta del presidente por el de distrito único. De ese modo le restaba poder a los caudillos peronistas provinciales y habría las puertas para el triunfo de la Alianza en 1999.
Sin embargo, más allá del grado de acuerdo con aspectos puntuales de la Reforma de 1994, cayó sobre él la condena política y mediática de la dominante intelectualidad "progresista" por haber "negociado" con Menem.
Esa condena se extendió a la mayoría de la sociedad y se mantuvo hasta el momento de su muerte misma.
Semejante "castigo" social y político, envió a la más profunda de las cavernas vernáculas el concepto central, básico, fundacional de una sociedad democrática: el diálogo y posterior acuerdo con cesiones mutuas.
Aún hoy no hay espacio en el escenario político argentino para que dos partidos opositores, con reales chances de llegar al poder, se sienten a negociar aspectos centrales de las políticas de Estado sin que sean sospechados de participar de un "negociado".
Alfonsín hizo un aporte sustancial en ese momento aún a costa de "pagarlo" el resto de su vida.
Sin embargo, soy un convencido de que el tiempo lo reivindicará en este aspecto.
Para eso habrá que esperar madurez democrática en los ciudadanos y en sus dirigentes.
Una madurez que Alfonsín tuvo en 1994 y que aún hoy no le es reconocida.
Alfonsín me propinó la primera -no la última- derrota electoral. Creía -equivocadamente- que el peronismo ganaba en todo el país y todos los niveles. Monchamp en Devoto, Cornaglia en San Francisco, Angeloz en Córdoba y Alfonsín en la nación me demostraron que querer no es poder.
Con Alfonsín siempre tuve una relación ambigua, en general estuve de acuerdo con él en las decisiones que más le criticaron.
Lo vi personalmente en un par de oportunidades, la última en 1996, creo que no volvió a San Francisco después de esa oportunidad, si mal no recuerdo. Me daba la impresión de ser un hombre bueno, demasiado para manejarse en el difícil mundo de la política.
Estuve de acuerdo con el juicio a las Juntas y con su decisión sobre el Beagle.
Sus leyes de obediencia debida y punto final me parecen comprensibles. Es fácil criticarlas ahora que el Ejército -gracias a Menem- desapareció totalmente como factor de poder político, pero en ese momento eran una amenaza real para la democracia y buscó un equilibrio entre la condena a los principales responsables y lo que él consideró necesario para mantener el sistema y la paz social. Lo comprendí y lo apoyé.
En materia económica creyó, como muchos radicales, que la voluntad política podía torcer los duros designios de las leyes económicas. Se equivocó y eso le costó el gobierno, el poder y la salida anticipada de su presidencia.
El Pacto de Olivos, tan vituperado por propios y extraños es, en mi opinión, su máximo ejemplo de convicciones democráticas.
Alfonsín creía que la democracia se construía con consensos. Para alcanzarlos había que negociar y para acordar, había que ceder algunas posiciones.
Le otorgó a Menem la reelección, pero logró acortar el mandato presidencial de seis a cuatro años, que el consideraba un plazo excesivo sin una ratificación intermedia. Había padecido los últimos dos años de su gobierno ya sin poder después de la derrota electoral de 1997. Sabía de lo que hablaba.
Incorporó el Consejo de la Magistratura para lograr un método menos arbitrario en el nombramiento de jueces e hizo cambiar el sistema de elección indirecta del presidente por el de distrito único. De ese modo le restaba poder a los caudillos peronistas provinciales y habría las puertas para el triunfo de la Alianza en 1999.
Sin embargo, más allá del grado de acuerdo con aspectos puntuales de la Reforma de 1994, cayó sobre él la condena política y mediática de la dominante intelectualidad "progresista" por haber "negociado" con Menem.
Esa condena se extendió a la mayoría de la sociedad y se mantuvo hasta el momento de su muerte misma.
Semejante "castigo" social y político, envió a la más profunda de las cavernas vernáculas el concepto central, básico, fundacional de una sociedad democrática: el diálogo y posterior acuerdo con cesiones mutuas.
Aún hoy no hay espacio en el escenario político argentino para que dos partidos opositores, con reales chances de llegar al poder, se sienten a negociar aspectos centrales de las políticas de Estado sin que sean sospechados de participar de un "negociado".
Alfonsín hizo un aporte sustancial en ese momento aún a costa de "pagarlo" el resto de su vida.
Sin embargo, soy un convencido de que el tiempo lo reivindicará en este aspecto.
Para eso habrá que esperar madurez democrática en los ciudadanos y en sus dirigentes.
Una madurez que Alfonsín tuvo en 1994 y que aún hoy no le es reconocida.
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